Privilegiada

Hace algunas semanas había ido a hacer una visita domiciliaria a la casa de una pacientita peruana de 6 años, su hermanito de 3 y su mamá embarazada de 7 meses. Tuve que contenerme las lágrimas durante la hora que estuve ahí y escuchar a esa mamá decirme que nunca había estado "ni con 100 pesos en los bolsillos" para darle comida a sus hijos. Dormían los niños en una colchoneta de 5 cm de espesor en un suelo duro y húmedo, cubiertos por chaquetas y ella con su pareja en la cama de 1 plaza, que se iban turnando para que también los chicos pudieran dormir en algo más abrigado.

Salí de ahí y en el camino a la casa llamé al Pato y me puse a llorar. Confundida, con una mezcla de emociones que pasaban por la compasión más absoluta, el agradecimiento de no pasar por eso, la rabia-culpa de sentir que yo tenía tanto y ellos tan poco.

Hoy, fui a ver una mujer peruana embarazada de 3 meses y su hija de 4. Si la casa anterior me dejó helada, esta superó todo lo que había visto. Colchoneta de espuma, suelo de tierra y sobre éste una alfombra húmeda. Perros dando vuelta y una madre anestesiada por la miseria. Sin cuestionamiento, sin queja, sin pedir ayuda. No se si lo más terrible fue ver la pobreza o la actitud de esa mamá desvitalizada.

Me volví a mi casa. Agradecida. Agradecida de tener lo que tengo. Del calor del abrazo de mi Pato y mi Amanda. De la comida y de la estufa. Agradecida de tener este trabajo que me permite ecualizar mi mirada y darme cuenta de que soy privilegiada y que sólo debo agradecer. Agradecer y ayudar a quienes están en una situación desventajosa, vulnerados en sus derechos.
1 Response
  1. Gealuna Says:

    Tristemente esa sensaciòn se repite mil veces y la realidad ni siquiera cambia los participantes


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